Crónica de un país cansado y de una marcha que puede cambiar el rumbo
En cada generación dominicana ha habido un momento en que las calles dejan de ser simples avenidas y se convierten en un territorio moral. Pasó con los héroes del 14 de Junio, cuando la montaña parió coraje y el silencio se rompió en nombre de la dignidad. Pasó en 1965, cuando la indignación tomó forma de fusil y bandera para defender la soberanía traicionada. Y volvió a pasar en 2020, cuando la Plaza de la Bandera se transformó en una universidad pública a cielo abierto donde miles aprendieron que la democracia también se exige de pie.
Hoy, ese espíritu vuelve a encenderse. La Marcha del Pueblo, convocada por Fuerza del Pueblo para el 30 de noviembre, emerge como el nuevo capítulo de esa tradición histórica. No es una caminata más, ni una concentración improvisada. Es el síntoma visible de un malestar profundo que ya no cabe en los hogares, ni en las redes, ni en las conversaciones privadas. Un malestar que se desborda hacia la calle porque el cuerpo social, igual que un organismo cansado, busca respirar.
La convocatoria nace de razones tan concretas como contundentes: salarios sin indexación, comida más cara cada semana, agua ausente, medicamentos inalcanzables, inseguridad rampante, productores quebrados, corrupción que se recicla como una sombra en cada institución, promesas oficiales que caducaron antes de cumplirse.
Es la suma de todo lo que está mal… pero también el anuncio de todo lo que podría empezar a cambiar.
Un país viviendo su propia metáfora
Los apagones recientes, el colapso del Metro, la paralización del teleférico, el caos en el AILA, los informes contradictorios y la ausencia de explicaciones confiables fueron más que accidentes operativos. Fueron una alegoría nacional: la República Dominicana quedó a oscuras exactamente como luce su conducción gubernamental.
La gente no necesita leer estadísticas para entender que las cosas no marchan bien. Lo sienten cada vez que abren la nevera, cada vez que encienden un bombillo, cada vez que salen a la calle temiendo ser víctimas del azar más cruel: un atraco, un homicidio, un apagón, un servicio que no funciona.
La percepción colectiva es tan clara como inquietante: el país está andando, pero no hacia adelante.
La marcha como punto de inflexión político
Las grandes marchas tienen la capacidad de alterar la historia, no porque generen ruido, sino porque generan conciencia. Gandhi lo demostró con la Marcha de la Sal; King lo demostró en Washington; Chile lo demostró en sus calles en 2019.
La Marcha del Pueblo dominicano puede entrar en esa misma ecuación. Si se convierte en símbolo, y no solo en protesta, cambiará el tablero político de una manera que el oficialismo no podrá controlar, y ahí radica la preocupación del gobierno de Abinader. Sus dos columnas del poder se han fracturado, los pilares invisibles que sostienen su gobierno: la eficacia percibida y la confianza ciudadana; ambas están en crisis.
Desde esa fragilidad, la marcha del 30 de noviembre golpeará el relato oficialista desde tres ángulos simultáneos:
1. La magnitud del descontento se hará visible. Una multitud caminando es un plebiscito sin urnas. Es una encuesta viva, sin márgenes de error, que ningún analista puede maquillar, y si la asistencia es masiva, el gobierno perderá un activo valioso: el control simbólico.
2. La marcha hará visibles las grietas del “modelo del cambio”. El pueblo no reclama por capricho: reclama por sobrevivencia, por comida que ya no alcanza, por agua que no llega, por energía que falla, por crimen que crece, por medicamentos inalcanzables, por productores arruinados, por corrupción que resurge como maleza en temporada de lluvia. Cada uno de esos reclamos es un espejo donde el gobierno preferiría no mirarse.
3. Se reposicionará Fuerza del Pueblo como la oposición legítima. La legitimidad no se proclama: se gana en las calles, interpretando el dolor social, y hoy, ¡quien escucha con mayor claridad ese dolor no es el oficialismo… es Fuerza del Pueblo!
Un país navegando sin brújula
La metáfora del momento no puede ser más certera:
la República Dominicana avanza como un barco sacudido por una tormenta perfecta… sin capitán visible. La nave se desplaza, a veces demasiado rápido, otras veces en círculos, pero nadie sabe con certeza hacia dónde la llevan.
La marcha será, en esencia, el momento en que los pasajeros suban a cubierta para decir:
“Si ustedes no saben dirigir el barco, lo dirigiremos nosotros”.
Las repercusiones políticas de esta marcha podrían trascender a lo que el pueblo visualiza y el eco de la misma no se apagará a corto plazo, el gobierno perderá el control del discurso público, el desgaste se hará más evidente, la oposición ganará visibilidad, los sectores neutrales comenzarán a replantear sus simpatías y a largo plazo la marcha podría convertirse en un parteaguas emocional. La marcha consolidará a Fuerza del Pueblo como fuerza emergente, abrirá debates profundos sobre liderazgo, gobernabilidad y rumbo nacional; por lo que esto podría ser el inicio del reordenamiento electoral que marcará el camino hacia 2028.
Las marchas no se convocan: se sienten. Y cuando un pueblo cansado decide caminar, no está dando un paseo, está enviando un mensaje, un mensaje que ningún gobierno debería ignorar. Porque la historia dominicana lo demuestra una y otra vez: cuando el pueblo camina, el poder tiembla.
Por: Jaime Bruno.
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