Opinión

El espejismo del cambio: la nación ante su encrucijada

En el umbral de 2025, la República Dominicana transita una de las etapas más contradictorias de su historia reciente. Lo que fue vendido como un “gobierno del cambio” se ha transformado, bajo la administración del Partido Revolucionario Moderno (PRM), en un ejercicio de desencanto colectivo. El presidente Luis Abinader, que llegó al poder con el aura de renovación, ha conducido el país a una encrucijada donde convergen la inseguridad, la precariedad social y el desmantelamiento de las instituciones.

El resultado es evidente: un pueblo cansado, una economía frágil y un Estado que parece caminar sin brújula. Como diría Cicerón, “cuando la justicia desaparece, el Estado deja de ser una asociación de hombres y se convierte en una banda de ladrones.”

Una economía sostenida en humo y préstamos

Las cifras oficiales hablan de estabilidad; las calles, de hambre. El crecimiento económico no supera el 2.5% y el déficit fiscal se cubre con préstamos que hipotecan el futuro de las próximas generaciones. El costo de la vida se ha disparado: el pan, la leche, los alimentos básicos duplican su precio, mientras el salario real se evapora.

Las pequeñas y medianas empresas, motor del empleo nacional, agonizan por falta de crédito y apoyo, mientras los grandes consorcios monopolizan el mercado con complicidad gubernamental. El pueblo trabaja más, pero vive peor. La pobreza se disfraza detrás de bonos y estadísticas manipuladas, y el espejismo del “cambio” se desvanece en los anaqueles vacíos y los apagones recurrentes.

La educación, columna vertebral del progreso, ha sido relegada a la improvisación. Escuelas con techos colapsados, aulas sin ventilación y niños sin cupo son la verdadera radiografía del sistema. Más de una quinta parte de los centros educativos presenta daños estructurales, y el abandono estatal se disfraza con campañas mediáticas.

El país que juró avanzar en calidad educativa hoy retrocede, sin rumbo ni planificación. Lo que debió ser la gran revolución del conocimiento se ha convertido en la gran farsa del abandono. Como diría Juan Bosch, “un pueblo que no se educa está condenado a servir a los que sí lo hacen”.

Seguridad ciudadana: el país sitiado

Leonel Fernández lo ha denunciado con claridad meridiana: “Nos hemos convertido en rehenes; no podemos salir de noche por temor a ser víctimas de un asalto.”

Y tiene razón. La criminalidad ha colonizado la cotidianidad dominicana. Los barrios viven bajo el toque de queda del miedo; las familias, encerradas tras rejas que ya no garantizan seguridad; la juventud, sin empleo ni horizonte, busca salida en el delito o en la desesperanza.

El fracaso del gobierno en esta materia es total. No hay planificación, ni políticas públicas sostenidas. El narcotráfico se infiltra en las instituciones, y varios funcionarios han sido señalados en casos graves de corrupción y vínculos con el crimen organizado. El discurso oficial intenta negar lo inocultable: la República Dominicana es hoy un país donde el ciudadano teme más al atraco que a la pobreza, y ambos le rodean por igual.

El deterioro de los servicios básicos refleja la falta de rumbo gubernamental. En comunidades de San Cristóbal, San Pedro, Monte Plata o la Línea Noroeste, el agua potable es un privilegio. Mientras tanto, los apagones regresan con la fuerza de los años noventa. La crisis energética, las fallas de Punta Catalina y el incumplimiento de las promesas de expansión eléctrica pintan un panorama sombrío: más gastos, menos luz y una paciencia nacional al borde del colapso.

La promesa de transparencia del PRM se diluyó en los escándalos. Las jeringuillas sobrevaloradas, las vacunas a sobreprecio, los fondos desviados del SENASA y la impunidad generalizada son heridas abiertas en la conciencia nacional. El “cambio” que prometió ética se transformó en una estructura de poder que protege a sus corruptos y persigue selectivamente a sus críticos.

El pueblo lo percibe. La rabia crece. Las encuestas pueden mentir, pero el estómago vacío no.

Leonel Fernández: la brújula en medio de la tormenta

Mientras el país se desangra entre promesas incumplidas, Leonel Fernández emerge como el estadista que entiende el pulso del mundo y la dirección del futuro. Su liderazgo no se agota en la nostalgia; se alimenta de visión. En cada juramentación, en cada foro, en cada conferencia internacional, el exmandatario reafirma una idea esencial: la República Dominicana no puede ser gobernada por la improvisación ni por el populismo de turno.

Fernández ha sabido reconstruir su imagen no desde el ruido, sino desde la reflexión. A través de la Fuerza del Pueblo, articula un proyecto de nación basado en el conocimiento, la diplomacia y la planificación estratégica. Mientras otros improvisan, él estudia; mientras otros dividen, él convoca; mientras otros destruyen, él edifica.

En 1930, tras la Gran Depresión, Franklin D. Roosevelt transformó la desesperanza en oportunidad con su New Deal. Supo que el poder debía ser instrumento de bienestar, no de privilegio. Hoy, la República Dominicana necesita su propio “nuevo trato”, y ese liderazgo puede venir solo de quien ha demostrado saber gobernar con visión, palabra y propósito: Leonel Fernández.

El pueblo dominicano, paciente pero no ingenuo, empieza a despertar. En cada reunión, en cada barrio, en cada voz que se suma a la Fuerza del Pueblo, se escucha un eco creciente: “Queremos volver a creer.”

Y cuando un pueblo recupera la fe en sí mismo, ningún gobierno basado en el engaño podrá sostenerse.

“La voz del pueblo no se apaga con bonos ni con bocinas; se enciende con esperanza y liderazgo.”

El cambio verdadero no lo dicta la propaganda: lo escribe la historia.

Y la historia, hoy, parece estar dándole otra vez la pluma a Leonel Fernández.


Por Jaime Bruno

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