Desde los tiempos medievales, la tradición moral ha catalogado la soberbia como el primero y más peligroso de los siete pecados capitales. No es casualidad. La soberbia no solo destruye al individuo que la padece, sino que arrastra en su caída a pueblos enteros cuando se instala en el corazón de los líderes políticos.
La soberbia es la ceguera del alma. Es ese exceso de confianza que lleva al ser humano a creerse dueño absoluto de la verdad, incapaz de escuchar, de corregirse o de reconocer errores. En términos individuales es una condena al aislamiento; en términos políticos es el germen de la tiranía.
Basta mirar la historia para comprobarlo. El imperio romano no cayó solo por invasiones externas, sino por la soberbia de sus élites, convencidas de que su poder era eterno. Adolf Hitler, cegado por su arrogancia, condujo a Alemania a la ruina total. En América Latina, dictadores que creyeron ser inmortales terminaron abatidos por la misma prepotencia que los sostenía. La soberbia convierte al líder en un ídolo de barro que, tarde o temprano, se derrumba.
En nuestro país, la soberbia se disfraza de “liderazgo incuestionable”. La vemos en dirigentes que se aferran a sus cargos como si fueran patrimonio personal, que desoyen el clamor de las bases y cierran las puertas a la renovación. Es la misma soberbia la que lleva a algunos a creerse insustituibles, olvidando que la política es un servicio, no una herencia. El resultado es predecible: partidos fragmentados, movimientos sociales desmoralizados y ciudadanos que pierden la confianza en la democracia.
La humildad no significa debilidad. Significa reconocer que ningún líder es perfecto, que gobernar exige escuchar y corregir el rumbo cuando la realidad lo demanda. La humildad construye consensos; la soberbia los destruye.
Si hay un pecado que la política dominicana debería erradicar con urgencia, es la soberbia. Porque de ella nacen todos los demás: la avaricia que roba al erario, la envidia que divide, la ira que persigue al disidente, la traición arruina la confianza y la pereza que paraliza las reformas necesarias. La soberbia es la raíz que alimenta a todos estos egos, es un árbol venenoso.
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